domingo, 3 de junio de 2012

DEL VENENO DE LOS BORGIA AL PEDERASTA MACIEL

FUENTE : EL PAIS
LOLA GALÁN

JUAN PABLO II CON SU AMIGO Y PROTEGIDO
MARCIAL MACIEL, EN 1979.
¿Cuervos en el Vaticano? ¿Maledicencia y cuentas pendientes solventadas en los medios de comunicación? Peccata minuta frente al historial de escándalos del Estado pontificio, un territorio de apenas medio kilómetro cuadrado donde las luchas de poder y la ambición sin límites han creado un microclima insano durante siglos. No hay que retrotraerse a los tiempos de los Borgia (convertidos con fama de envenenadores en chivos expiatorios de toda la depravación del Renacimiento italiano), para encontrar episodios sombríos en este supuesto centro de la espiritualidad cristiana. El 28 de septiembre de 1978 moría a los 65 años Juan Pablo I, el italiano Albino Luciani, a los 33 días de ser elegido Papa. Oficialmente, murió de un infarto, pero el cadáver de un pontífice no es sometido nunca a autopsia. Las teorías conspirativas se dispararon, hasta alcanzar al obispo Paul Marcinkus, responsable entonces del IOR (Instituto de Obras de Religión), la banca vaticana. ¿Se había negado Juan Pablo I a tapar el escándalo que sobrevolaba las finanzas vaticanas? Los datos que se conocen hacen poco plausible esta hipótesis, pero es cierto que Marcinkus, un fornido prelado estadounidense, de origen lituano, que se había convertido en la sombra de Pablo VI, tenía motivos para lamentar la muerte de este. Su relación con Michele Sindona, un banquero ligado a la Mafia, desató las sospechas sobre el manejo de dinero ilícito procedente de Estados Unidos. El escándalo estalló en 1982, con la bancarrota fraudulenta del Banco Ambrosiano, una institución católica de la que el Banco Vaticano era principal accionista. La Santa Sede aceptó pagar millones de dólares en compensaciones a entidades extranjeras afectadas por el hundimiento del Ambrosiano. Roberto Calvi, presidente del banco, y Sindona, optaron, supuestamente, por suicidarse. Marcinkus encontró, sin embargo, la protección de Juan Pablo II, sucesor del papa Luciani, que lo mantuvo en el cargo hasta 1989. Un año antes de que se consumara la bancarrota del Ambrosiano, el Papa polaco sufrió un atentado gravísimo, que las sucesivas investigaciones judiciales, y el posterior juicio no han logrado esclarecer del todo. Otro tanto puede decirse del asesinato, a manos de uno de los guardias suizos, del comandante de esta histórica tropa papal, Alois Estermann, el mismo día en que era confirmado en su puesto, en mayo de 1998. El Vaticano manejó mejor este asunto explosivo, pero tampoco logró evitar la gigantesca rumorología en torno a él. Eran años en los que Juan Pablo II viajaba por el mundo y recibía en el Vaticano, como a un amigo personal, al sacerdote Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, una comunidad de religiosos con enorme desarrollo y predicamento en México y otros países. Maciel era un personaje influyente en los palacios vaticanos y uno de los más queridos colaboradores del Papa. Con gran discreción, aportaba dinero a las arcas, siempre exhaustas, de la Iglesia, y llenaba con multitudes las ceremonias religiosas presididas por Wojtyla. Pero la conducta del mexicano estaba ya en boca de todo el mundo. Numerosas denuncias de exlegionarios lo describían como un sujeto cínico y amoral, y un pedófilo desatado. Juan Pablo II se resistió hasta su muerte, en la primavera de 2005, a que se tomaran medidas contra Maciel, que abandonó un año antes su puesto al frente de los legionarios, y murió en 2008, con 89 años, sin ser molestado por nadie. Joseph Ratzinger, que sucedió a Wojtyla al frente de la Iglesia con la promesa de acabar con la corrupción interna, archivó la investigación sobre Maciel. Pero a la muerte del fundador quedó claro su historial sexual de un depravado sin atenuantes.

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